Crecí en una familia perfectamente disfuncional, sin límites ni reglas claras, en dónde la unión es un valor importantísimo pero raramente definido, el alcohol era la mejor medicina y la fiesta la cura para cualquier dolor.
Mi papá fue el más chico de 5 hermanos y mi mamá la más grande de 4, la mayor parte del tiempo conviví con mi familia paterna. Lo que decía mi abuelita era lo que se hacía. Sin entrar en más detalles quiero resaltar cómo a mi generación nos tocó obedecer con la mirada de los adultos, estaba prohibido intervenir en conversaciones de los grandes, las niñas en casa, los niños pueden hacer lo que quieren.
Leer: DECÁLOGO DE UNA VISIÓN GENERAL SOBRE EL AUTOCUIDADO
Como éramos 14 primos hermanos, fuimos asomándonos al mundo desafiando con valentía o con miedo las ideas de la época. Pero aún así no nos salíamos de los estándares permitidos. Estudiar no era una obligación, casarse era el paso esperado. Transcurrieron los años y unos nos quedamos casados, otros se divorciaron, todos tuvimos hijos y creo que jamás imaginamos lo que la nueva generación traería bajo el brazo.
Escribí esto para mi familia y quiero compartirlo; sé que en algún punto de esta breve historia puedes descubrir algo de la tuya.
Que padre ver cómo cada uno de los jóvenes de nuestra familia va abriéndose paso por la vida, aún cuando no nos comparten todo lo que hacen, me da muchísima alegría ver cómo ésta nueva generación rompe con esos círculos en lo que vivíamos, de que “no estudiar está bien, no hay dinero, que difícil, mejor no lo hagas… ¿si te pasa algo?, ¡que miedo!…” En fin, tantos y tantos aprendizajes que recibimos y a muchos nos costó trabajó salir de ellos.
Me entusiasma ver a los que estudian (aunque “el estudio no sirve para nada o el que es perico en donde quiera es verde), los que trabajan (destruyendo la letanía “con que salga para la leche”) y ha salido para su moto, su coche, su renta, sus aventuras y desventuras, los que se van de viaje (aunque “te puede pasar algo, mejor quédate aquí; estamos todo juntos), y han recorrido el mundo.
Me inspira, me motiva y me encanta ver cómo vencen los miedos que nos inculcaron, desafían nuestros “es difícil y no se va a poder”. Que bien que estudien, que se vayan de viaje, que salgan de su zona de confort, que persigan sus sueños y luchen por lo que desean hacer, que padre que seamos papas que los apoyen, en lugar de ser papas que nos resignamos con pesar a verlos lejos, que bien que no nos crucemos de brazos para esperar que les vaya mal y regresen a nuestro hogar para seguir “cuidándolos”.
Leer: LOS HIJOS JAMÁS SE DIVORCIAN DE LOS PADRES
El sentido de su vida y la nuestra adquiere una visión muy distinta a la que nos enseñaron. Hoy aprenden a hacerse cargo de ellos mismos y nos enseñan a estar distantes, a ser observadores, a no levantarlos si no piden ayuda.
Los papás de hoy enfrentamos el reto de estar presentes con distancia en la vida de nuestros jóvenes. Saber que estamos para ellos les da el coraje para perseguir sus sueños. Saber que Dios los ama les da un sentido de identidad distinto que les permite sentirse acompañados, valorados, respetados en un ambiente de armonía, amor, de dónde surge la verdadera fortaleza para enfrentar los vaivenes de la vida.
Esto es un poquito de mi familia disfuncional, 100% normal.